¿El TDA/H existe o el TDA/H no existe?. Algunos sectores de la sociedad, queremos pensar que más bien por ignorancia del trastorno en sí, de sus características, de las tremendas consecuencias por una falta de tratamiento adecuado y precoz, y de su historia, presentan aún dudas al respecto. Dudas, que lo único que crean es un retraso en la concienciación de la sociedad hacia el trastorno, llevando a muchos niños a una intervención tardía o a privarles de un tratamiento, que no tiene por qué ser exclusivamente farmacológico, para la necesaria mejoría en sus síntomas.
La bibliografía es inmensa, con miles de estudios e investigaciones, e internet nos ofrece la posibilidad de descubrirlas. Si nos molestáramos en informarnos, podríamos disipar muchas de nuestras dudas y hacer un juicio ecuánime por nosotros mismos de la existencia o no del trastorno. La cuestión está en si nos interesa aceptar su existencia o si ya hemos prejuzgado o emitido una sentencia sin la suficiente información.
La controversia en torno al TDA/H mantiene dividida, sin sentido, a la comunidad científica, aunque la corriente más contraria sea una pequeñísima parte de esta comunidad. Esta corriente argumenta que hay una falta de evidencia científica en torno a “su diagnóstico”, (no a “su existencia”) y que hay falta de unificación criterios y herramientas fiables para realizarlo. Otro de los puntos de controversia es el tratamiento farmacológico en el que se pone en duda su eficacia y seguridad, alegando que presentan sólo cierta eficacia en síntomas a corto plazo y recomendando se empleen sólo de forma excepcional. Tampoco niegan radicalmente su uso. En definitiva, en todas sus argumentaciones no encontramos que rechacen categóricamente la existencia del trastorno.
No negamos que existan malos diagnósticos de TDA/H, y los hay más frecuentemente de lo deseado. En muchas ocasiones se realiza un diagnóstico sin tener en cuenta los estilos educativos, familiares, los trastornos de aprendizaje u otros trastornos, que provocan síntomas que fácilmente se pueden confundir con los del TDA/H. Tanto los sistemas de salud públicos como los educativos tienen infinidad de carencias que suelen determinar un diagnóstico precipitado y erróneo. Falta de preparación y de recursos en éstos ámbitos son, a nuestro entender, los causantes de éstos errores.
Igualmente no negamos que el tratamiento farmacológico sea prescrito en muchas ocasiones con ligereza, es más, entendemos que antes de prescribirlo habría que hacer un estudio a fondo del origen de las causas de los síntomas, analizando los mencionados estilos educativos, familiares y sociales del posible afectado. Pero volvemos a lo mismo, hay una falta considerable de preparación y de recursos en éstos ámbitos. En el caso de la salud pública, por ejemplo, media hora de consulta al mes no es suficiente para determinar un buen diagnóstico, ni para realizar un buen tratamiento y su evolución.
De todo ello podemos sacar la conclusión de que no hay una negación de la existencia del TDA/H. Si nos centráramos más en emplear nuestros talentos para conseguir una mayor preparación en los agentes implicados para identificar y tratar correctamente la causa de los síntomas y les dotáramos de los recursos necesarios, evitaríamos muchos errores tanto para el diagnóstico como para el tratamiento. Pero lo que es aún más importante, conseguiríamos una detección precoz y se protegería del sufrimiento a muchas familias ayudándolas a obtener el tratamiento adecuado.
Negar la existencia del TDA/H es privar a los afectados y a sus familias de un buen tratamiento y eso es una irresponsabilidad y temeridad.